Cuando el mundo registra 180 millones de infectados de Covid-19 y casi cuatro millones de muertos, las especulaciones intelectuales derivan hacia el mundo que vendrá tras la pandemia, conscientes de que el que sobrevendrá será muy diferente al de hace apenas unos meses y donde los problemas esenciales para la humanidad serán el desempleo masivo y la necesidad de garantizar la sobrevivencia, al menos la alimentación, de la mitad de la población mundial.
Se habla de la muerte del capitalismo. El único problema es que nosotros vivimos dentro de ese cadáver. Se habla del retorno a la normalidad, como si fuera una receta bíblica…¿será la normalidad del saqueo y la depredación capitalista? Slavoj Zizek vislumbra una sociedad alternativa de cooperación y solidaridad, basada en la confianza en las personas y en la ciencia; el coreano-alemán Byug Chul Han presagia un mayor aislamiento e individualización de la sociedad, terreno fértil para que el capitalismo regrese con más fuerza. Y desde América Lapobre, ¿qué pensamos?
Si desde el punto de vista económico, el derrumbe de la demanda y de la oferta por el parate de la producción, las prohibiciones de viaje y el cierre de las fábricas es una pesadilla para la economía, para el medio ambiente es una bendición que circulen muchos menos vehículos y se consume mucho menos combustible, que las centrales eléctricas por carbón y el transporte aéreo se haya paralizado: la emisiones de CO2 cayeron y varias ciudades del mundo lograron descubrir que el cielo es azul.
En América Latina y El Caribe crece la demanda social para que el Estado tome el control de la producción y la distribución de bienes esenciales, que frene especulación con los precios, que intervenga empresas, que asuma la responsabilidad de la producción de alimentos, que se ocupe de garantizar la provisión de electricidad, gas y medicamentos. Hay un gran acuerdo sobre implementar políticas novedosas y arriesgadas, como también posponer todos los pagos de deuda externa. Es que está cambiando el sentido común y la realidad supera toda la (des)información mediática.
La economía en nuestros países se va a paralizar, el mundo entrará en recesión. El virus circula en el movimiento del capital y detener el virus significa detener el capital. Y se necesita decisión política para hacerlo. Difícilmente lo pueda hacer un país aisladamente. Ahora se puede entender mejor los esfuerzos de Washington por sepultar los organismos de integración de la región, como Mercosur, Unasur, Celac.
Parece haber llegado la hora de la resistencia a los dos virus: la covid-19 y el neoliberalismo. La lucha es, al menos, contra dos pandemias. La simplificación, la agitación y la polarización antipolítica sólo logran acentuar el malestar y la inseguridad favoreciendo el miedo y la manipulación, en vez de aportar la confianza, credibilidad y liderazgo político. La globalización ha tenido éxito en lo que respecta a la angustia y el pánico.
El desmantelamiento de los sistemas de seguridad social, la anulación y las consecuentes reformas de la legislación laboral, las privatizaciones, la pérdida permanente de derechos sociales que se consideraba derechos adquiridos, retrocesos salarial, avance de la desocupación, deslocalizaciones de empresas, evidencian que no basta construir un bloque continental.
Advirtiendo sobre el “El fin de la globalización” o refiriéndose a la ideología que preside ese proceso como “el colapso neoliberal”, las revistas económicas occidentales hablan del fin de la historia y señalan que el mundo que vendrá después del coronavirus deberá, para mejorar, regular los mercados, superar las desigualdades, volver a tener economías productivas, otorgarle más importancia a la ecología y al medio ambiente y darle un mayor rol a los Estados.
Algunas de ellas lo manifestaron aun antes de la aparición del coronavirus, que no tuvo nada de casual: la globalización neoliberal con sus atentados a la ecología y el medio ambiente contribuyó a su aparición y ahora colabora con su expansión.
Debemos tener en cuenta que se trata de una pandemia de carácter clasista. La estrategia de la clase capitalista global es trasladar los costos, la carga y los sacrificios de la crisis global a los sectores populares. Tanto en EE.UU. como en Europa, los gobiernos han repetido la conducta del 2008, inyectando grandes masas de dinero a la economía ficticia, no productiva, para el rescate de bancos y grandes corporaciones empresariales, mientras envían a la bancarrota a cientos de miles de empresas productivas de menor escala, no sólo para especular con las deudas y posibles compras de industrias (concentrando aún más el capital), sino también, profundizando el casino global de una economía financiarizada.
La nueva fase del capitalismo que no termina de morir, se define por la caracterización de los nuevos actores. Apareció la aristocracia tecnológica, como un desprendimiento de la aristocracia financiera, cambio que ha transformado el polo del trabajo, en términos de salario y plusvalía, a partir de la digitalización del capitalismo, que significa la restricción de la producción y de la circulación de la mercancía fuerza de trabajo.
El colapso de todas las estructuras a las que asistimos hoy no es otra cosa que una estrategia de la clase dominante para resolver su propia crisis. Hoy el capitalista se desprende los costos que se generaban en las fábricas, por ejemplo, para dar paso a nuevas modalidades en las que, bajo una apariencia de libertad, el trabajador ya no se mueve.
Es el caso del teletrabajo o trabajo independiente mediado por nuevas tecnologías donde los niveles de explotación son mucho mayores. A lo que se suma la producción automática de datos para ser vendidos por las empresas tecnológicas a terceros. Lo que antes se resolvía con guerra, hoy se resuelve modificando de las relaciones sociales de producción.
Mientras, la pandemia provocó la voracidad de los vendedores de dispositivos de vigilancia. Las tecnologías de rastreo de personas están en aumento, con la excusa de que la ciencia de datos será fundamental para derrotar al enemigo invisible. Las democracias liberales parecen encantadas con la capacidad de controlar dispositivos digitales y el modelado estadístico de algoritmos que extraen patrones y hacen predicciones. Cámaras, software, sensores, teléfonos celulares, aplicaciones, detectores, algoritmos, son presentadas como las armas más sofisticadas para combatir el virus
.Las empresas de vigilancia y espionaje digital, vinculadas al aparato de represión del Estado con amplios servicios prestados para la persecución de los opositores, los ataques contra los disidentes y la lucha contra el terrorismo, se presentan como salvadores del cuerpo de la especie.
La socióloga canadiense Naomi Klein analiza la cuarentena como laboratorio en vivo, un «Black Mirror», y la aceleración de esta distopía a partir del coronavirus: “Ahora, en un contexto desgarrador de muerte masiva, se nos vende la dudosa promesa de que estas tecnologías son la única forma posible de proteger nuestras vidas contra una pandemia”. Cuáles son las dudas (de siempre) y cómo, bajo el pretexto de la inteligencia artificial, las corporaciones vuelven a pelear por el poder de controlar las vidas.
Para el filósofo italiano Franco Berardi el próximo año asistiremos al colapso final del orden económico global, que podría abrir la puerta a un infierno político y militar esencialmente caótico. El caos es el verdadero dominador de la época pandémica, y, lamentablemente no hay una alternativa política visible en el futuro próximo. Hay revueltas, sí. Y éstas seguirán, pero no se puede imaginar una estrategia política unificante.
Algunos insisten que en este caos pueden proliferar las comunidades autónomas, de autoproducción de lo necesario, de autodefensa armada contra el poder, con experimentaciones igualitarias de supervivencia. Claro que hoy se manifiesta un tentativo de las fuerzas empresariales, mafiosas, neoliberales de apoderarse lo más posible de la riqueza social, los recursos físicos y monetarios. Pero eso no significa estabilizar nada en el largo plazo.
Aunque a los expertos charlatanes lo nieguen, el crecimiento no volverá mañana, y quizá nunca, porque la ecósfera terrestre no lo permite. La demanda no subirá, no solo porque el salario va disminuyendo, sino también porque la crisis producida por el virus no es solo económica, sino esencialmente psíquica, mental: es la crisis en las esperanzas de futuro. Y el aumento de enfermedades y trastornos mentales (depresión, pánico, angustia, estrés).
De un lado ha habido una reducción de los consumos de energía fósil, un bloqueo de la polución industrial y urbana. Del otro, la situación económica obliga a la sociedad a ocuparse de los problemas inmediatos y posponer las soluciones de largo plazo. Y no hay largo plazo a nivel de la crisis ambiental, porque los efectos del calentamiento global ya se despliegan. Pero al mismo tiempo podemos imaginar la creación de redes comunitarias autónomas que no dependan del principio de negocio y la acumulación.
*Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)/Aram Aharonian
Las mayores barbaridades, fraudes, golpes de estado y genocidios de los últimos 200 años se han realizado en nombre de la sacrosanta democracia, que pareciera ser el escudo protector de las intereses de las grandes empresas trasnacionales y su cohorte de políticos y gobernantes de nuestro mundo tan poco occidental como cristiano.
Nadie tenía dudas de que nada iba a cambiar para América Latina y El Caribe si Donald Trump lograba su reelección. El triunfo de Joe Biden abrió la caja de una cantidad de interrogantes: entre ellas, si logrará asumir el mando y para qué lo asumirá. La gran ventaja que tiene ante su predecesor es que al menos sabe dónde queda su patio trasero.
Cuatro años después de sacudirse con la llegada de Donald Trump al poder, muchos esperan que la política estadounidense hacia América Latina volverá a dar un giro brusco, dadas las declaraciones de Biden sobre aumentar la cooperación continental en problemas que causan ese éxodo en la región, como la violencia y la pobreza, elevar la importancia de otros asuntos en la agenda hemisférica, incluidos los derechos humanos, el medioambiente y la corrupción. Calma: son promesas electorales.
El nuevo presidente recibirá enormes presiones para dar marcha atrás a muchos de los cambios radicales en temas que van desde la política exterior hasta la crisis climática. Pese a que lo intentó hasta los últimos días, Trump buscó algún logro en materia de política exterior, que incluían un acuerdo de paz para Medio Oriente, retirar las tropas de distintos países y lograr la liberación de rehenes estadounidenses que se cree se encuentran cautivos en Siria.
Pero no hay que olvidar que Biden, exvicepresidente de Barack Obama, es un anciano, incapaz ya de hablar coherentemente. Será la cara del gobierno, no quien tome las decisiones, de lo que se encargará el lobby de la élite globalista, el gran capital trasnacional, la Red Atlas y su red de think tanks de la derecha, Wall Street, el Deep State y, obviamente, el aparato armamentista-militar.
Él puede parecer tonto, pero es tan poderoso como el propio globalismo. Por suerte, Kamala Harris, la primera vicepresidenta electa de EEUU, tiene 56 años, 22 menos que el próximo presidente. Y, para cuando asuma, en enero de 2021, podrían haber muerto más de 350 mil estadounidenses debido al coronavirus.
Biden propone un cambio de paradigma, un momento decisivo y disruptivo en la historia de EEUU, un cambio de modelo económico y de modelo energético. El objetivo es que para 2050 EEUU sea un país de cero emisión, carbono neutral… Hoy el segundo país que más contamina del mundo.
El cambio se basa en avances tecnológicos, en innovación, en un cambio total donde EEUU pasa de ser parte del problema, que es hoy un país que sigue liderado por un negacionista que no escucha la evidencia científica, a tener un presidente que impulsa toda la recuperación económica basándose en un eje de economía sostenible… y el gran negocio de la llamada economía verde.
En cada pantalla de televisión del mundo, en todos los idiomas, uno pudo ver al aún presidente estadounidenses Donald Trump, desarrollando su plan lleno de mentiras y amenazas (fakes) en vivo y en directo en nombre de la democracia. A EEUU la democracia le ha servido para todo menos para respetar la soberanía de los pueblos, los derechos humanos, el orden internacional.
Es un buen slogan para hacer explotar y robar los recursos de países en desarrollo, destabilizar gobiernos, estados y regiones para que sus grandes corporaciones trasnacionales se apoderen de sus riquezas
En ese lento final de ópera bufa, Trump se proclamaba vencedor sin serlo, denunciaba fraude electoral por las dudas, y completaba su golpe mientras envía a su masa fascistoide a intimidar a quienes protesten. Desde su gabinete dijeron que la izquierda quería derrocarlo, construyendo el relato para justificar su maniobra y su previsible represión. Pero hay que entender su sistema deductivo: en realidad no existe tal izquierda, pero para ellos todo el que no vote a Trump es de izquierda o terrorista.
Trump y los republicanos entienden que su mejor respuesta es suprimir el voto en una democracia que gobiernan sin gozar del apoyo de una mayoría. Sólo un presidente republicano ha ganado el voto popular desde 1988. Trump ganó con 46 por ciento en 2016 y nunca ha logrado obtener 50 por ciento de apoyo durante su gestión.
No sería la primera vez que los republicanos y el poder militar y empresarial impidan asumir al ganador de unas elecciones (Gorge Bush contra Al Gore, Trump contra Hillary Clinton). Nadie descarta el fraude trumpiano: para ganar hace cuatro años requirió la ayuda de los rusos.
Pero llamar progresista, de centro-izquierda a Biden y sus huestes demócratas, es una atropello a la inteligencia. Las grandes empresas que apostaron por cualquiera de los dos (o ambos) saben que el que ganará será el gran capital.
Es un sistema electoral complejo, hecho a medida para que las minorías o cualquier movimiento social y político que nazca de las raíces del pueblo, sea abortado, ahogado, sin posibilidad alguna de acceder a las instituciones que están perfectamente acorazadas y armadas por un capitalismo imperialista que ambos, demócratas» y republicanos practican desde hace un siglo.
Y aunque Biden logre asumir, deja un tsunami global, basado en la legitimización del odio –machismo, homofobia, racismo, clasismo-. Es una guerra contra el progreso y la igualdad en la que la clase dominante lanza a la clase trabajadora contra sí misma para mantener el orden vigente. Tu enemigo es el pobre, el inmigrante, el okupa, las feministas, los homosexuales, no el empresario que los explota y explota el planeta.
Impuso en estos cuatro años de gobierno, la cultura del matonismo fascista en su discurso político hacia dentro y hacia afuera y le dio carta blanca a los violentos y fascistas del mundo para intimidar no sólo a sus oponentes sino también a los diferentes. Es el niño abusador del colegio, el matón que desaloja a los pobres de los pisos de su padre, el histrión mussoliniano que triunfa en la tele.
Ha banalizado el mal. No ha tenido empacho en lanzar a las masas contra la prensa, contra las mujeres, contra los supuestamente rojos, contra los negros, contra los progres. Incendia las calles para expulsar al disidente, limitar las libertades, imponerse. Y, lamentablemente, su modelo “democrático” es imitado en muchos países europeos y, también latinoamericanos.
Ha popularizado la hegemonía de la mentira, con falsedades, bulos o bolas,(fake-news al por mayor), en una propaganda fascista multiplicada por medios de comunicación y redes sociales, en manos de pocos grandes empresarios. Al igual que en la ´poca del nazifascismo, creó hegemonía engañando, enfrentando, polarizando.
David Sherfinsky, señala en el Washington Times, que se trata de un demagogo desatado, poseído por una nietzschiana voluntad de poder que exalta como patriotas a los automovilistas que acosaron y bloquearon al bus en que viajaba Joe Biden por Texas; que desafía la legislación electoral y cualquier otra, incluida la tributaria; que se burla de la “corrección política” tan cultivada por sus rivales.
Indica que maneja con perversa maestría las redes sociales; que se enfrenta e insulta a los medios concentrados (CNN, el New York Times, el Washington Post y toda la prensa “culta”), que se construye como el gran defensor del “little guy”, de la gente común, olvidada por el elitismo gerencial de los republicanos tradicionales y el globalismo neoliberal de los demócratas y que cristaliza el apoyo de un imponente bloque social pulsando las potentes cuerdas del resentimiento, el odio, el temor que abren la Caja de Pandora del racismo y la xenofobia.
El discurso de Trump exalta la perdida grandeza de su país amenazada por los pérfidos chinos que “inventaron al coronavirus para poner a Estados Unidos de rodillas”, grandeza que él se propone recuperar a cualquier precio.
Sí: fue capaz de negar el coronavirus aunque haya contagiado a más de diez millones de personas y matado a 240 mil en su propio país. Impunemente, denigra la ciencia y la verdad científica para imponer sus “verdades alternativas”. Mentir sirve para conseguir –y mantener- el poder. De eso se trata.
Lamentablemente, el trumpismo no se acaba con Trump. Se ha convertido en una fuerza traslocal, en el símbolo del ultranacionalismo de derecha, del negacionismo científico y climático, numen de los conspiranoicos.
El escenario de la crisis del coronavirus ha sido propicio para los populismos ultraconservadores. La que estamos librando –aunque nuestros “grandes pensadores” ni se hayan dado cuenta- es una batalla cultural que evite el retroceso al pasado, en un mundo que gracias a Trump y al coronavirus, no es ya -ni será- el mismo.
Con Biden, habrá una aceleración de la reubicación de industrias, muchas de ellas en Latinoamérica, que queda mucho más cerca desde un punto de vista no solo geográfico sino también ideológico. Industrias en sectores como la tecnología, el almacenamiento de datos, la fabricación de material médico, e incluso energía.
Argentina, Chile y Bolivia en particular, son muy importantes porque uno de los sectores estratégicos para la economía verde norteamericana son los minerales estratégicos como el litio, y también las tierras raras, que se encuentran en Latinoamérica (y no se necesita importarlas de China), imprescindibles para el desarrollo del sector estratégico como en armamento y supercomputadores.
Biden cree que se debe apostar por un gran Plan Marshall de 4.000 millones de dólares para Centroamérica y generar empleo en estos países. Así mejoraría la economía… y terminaría con la inmigración ilegal. Lo que propone es «rebuilt better», reconstruir mejor. No se puede volver a lo de antes, porque el mundo ya no es ni será igual
Para el equipo económico del demócrata, a nivel de sostenibilidad, se debe basar la recuperación económica en un eje verde, apostar por infraestructuras, eficiencia energética, energías renovables, almacenamiento de energía, o sea, todos estos sectores, innovación y I+D que son absolutamente estratégicos. Y eso, que viene de la mano de las grandes trasnacionales estadounidenses, tiene un impacto en Latinoamérica, también.
América latina no será una prioridad, especialmente para un presidente que enfrentará una grave emergencia económica y sanitaria. México sería el principal foco de atención debido a su larga frontera terrestre -fuente de inmigración ilegal y contrabando de drogas- y a su condición de gran socio comercial y de inversiones. Biden prometió poner fin a muchas de las políticas inmigratorias de Trump y dejar de construir el muro en la frontera mexicana. Ya veremos.
Dado que los presidentes de las naciones andinas (Chile, Perú y Ecuador) dejarán su cargo durante el primer año de un nuevo presidente el pragmático (y cada vez más moderado) argentino Alberto Fernández es uno de los que pueden beneficiarse de un gobiero de Biden.
Si no se produce una guerra civil, lo que no es de descartar en las circunstancias actuales, Biden se opondrá al auge de la multipolaridad. Las posibilidades de una nueva guerra mundial son mucho mayores, porque una potencia nuclear cuya soberanía se basa en la capacidad militar es designada como su principal enemigo desde el principio.
Biden actuará en el marco de la geopolítica clásica tratando de atacar Rusia y de alguna manera seducir o neutralizar por lo menos a China. Rusia será el principal objeto de presión, ataques y posibles conflictos. La hegemonía global del Occidente liberal está asegurada por la debilidad del poder de la tierra, es decir, de Rusia como Eurasia. Entonces, a los ojos de Biden, China puede considerarse como una parte orgánica del sistema liberal internacional y la expansión internacional de la economía china no es la principal amenaza para el globalismo
El moderado Biden también recibirá la presión del ala progresista de su propio Partido Demócrata, que ejerce una influencia creciente y aspira a grandes cambios institucionales para responder a las cuestiones más urgentes del futuro del país. Recibe una depresión económica y una pandemia, y lo estarán eligiendo para que resuelva todo esto y haga algo grande..
Tras las multitudinarias protestas por el asesinato de George Floyd a manos de un policía en Minneapolis, también hay mucha expectativa por un posible paquete legislativo en el Congreso que reforme a las fuerzas del orden. Biden también recibiría muchas presiones para poner fin a una anticuada regla del Senado estadounidense conocida como ‘filibusterismo’, que permite al partido en la oposición paralizar los nombramientos y el proceso legislativo.
Los demócratas también dicen que Biden hará que Estados Unidos reingrese de forma inmediata en la Organización Mundial de la Salud reanudando sus contribuciones financieras; que unirá nuevamente a Estados Unidos al Acuerdo de París por el clima; y que anulará las prohibiciones de entrada impuestas por la Administración Trump a los viajeros de países musulmanes.
Biden ha prometido que también volverá al acuerdo nuclear de 2015 con Irán, llamado Plan de Acción Integral Conjunto aunque para decidir cuándo habrá que negociar antes el listado de requisitos a cumplir por Teherán para regresar al pleno cumplimiento de los límites a sus actividad nucleares definidos en el plan.
Obviamente Biden no es igual a Trump. A diferencia del aún mandatario, Joe Biden conoce Latinoamérica in situ y sabe bien de la importancia que tiene para la seguridad nacional de Estados Unidos.
Y una de las lecciones que deja la pandemia de coronavirus es que EEUU precisa acercar sus cadenas de suministro, tras verse absolutamente contra las cuerdas cuando varios países tuvieron que salir a mercados internacionales a mendigar barbijos y equipo médico.
Hace 15 años, en Mar del Plata, cinco presidentes latinoanericanos (de Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Venezuela) gritaron “ALCA.rajo”, haciendo trizas el patoteo de Bush y el proyecto del Área Económica de las Américas, de Miami a Tierra del Fuego. Vale la pena recordarlo.
*Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)/Aram Aharonian
Tomemos conciencia del mundo en el que nos ha tocado vivir. El derretimiento de los polos, las sequías, aumento de la temperatura, incendios y tantos otros ejemplos chocan con la ceguera de los políticos que no quieren ver o son partícipes necesarios del genocidio. El problema hoy es que se agota el tiempo. La Pandemia llegó a profundizar la crisis de carácter político, económico y de dominio hegemónico.
Nos encontramos en un momento en el que la Clase Capitalista Transnacional o Global, necesita reestructurar la economía. Las grandes empresas tecnológicas son hoy las que están experimentando enormes aumentos de ingresos durante el encierro de un tercio de la humanidad. En EEUU la elite más rica aumentó sus riquezas en 240 mil millones de dólares. Y las grandes corporaciones del sector de salud, del sector tecnológico, van a estar experimentando un boom en sus ganancias, por lo tanto, estamos frente a una mayor concentración y centralización del capital a escala global.
Vivimos una pandemia sobre todo cultural, mediados por la virtualidad, tanto en la educación, la recreación, el trabajo y hasta en la sexualidad. Claro, sin tener en cuenta la enorme brecha digital en nuestras sociedades. Y una de las pocas seguridades que tenemos, es que viviremos en un mundo que será más digital. Pero ¿quién va a controlar los nuevos sistemas de información y los sistemas de seguimiento que permiten conocer prácticamente todos los desplazamientos de una persona? ¿Quién va a controlar la digitalización masiva de la vida, las grandes empresas tecnológicas o estados autoritarios?
El coronavirus parece ser la fecha que en el futuro se usará como símbolo del cambio histórico económico y político hacia la digitalización de la economía, la financiarización, la moneda virtual, hacia la materialización de nuevas relaciones sociales. ¿Pasaremos del fetichismo de la mercancía al fetichismo de la virtualidad?.
Eso plantea nuevas cuestiones sobre la organización de la vida social y de los equilibrios de podera escala internacional. La lucha por el reparto del mundo pos covid19, ya empezó. Los grupos dominantes van a utilizar el desempleo de masas para intensificar la superexplotación de la clase obrera global, hoy muy informalizada y precarizada, e imponer mayor disciplina a los trabajadores, junto a una masa que ha sido expulsada de los circuitos de producción. ¿Sobrevivirán las pequeñas y medianas empresas? ¿Volveremos al trueque? Cuando creímos que teníamos las respuestas, nos cambiaron las preguntas.
Y entonces, ¿cuál será el sujeto social de la pospandemia? No será el proletariado, sino las clases subalternas, todos los excluidos del sistema capitalistas, aquellos que no forman parte del uno por ciento más rico del planeta. Para algunos analistas, la vanguardia será la mujer por ser quien presenta las condiciones objetivas y subjetivas de la expropiación capitalista y múltiples explotaciones (raciales, sexuales, salariales).
El feminismo ha mostrado su capacidad de construir contrahegemonía, universalizar consignas, construir programas y visibilizar el estado opresor contra las clases subalternas. El feminismo ha mostrado su capacidad de construir contrahegemonía, universalizar consignas, construir programas y visibilizar el estado opresor contra las clases subalternas. Es un movimiento que el capital pretende cooptar.
Mientras se está produciendo un cambio de paradigma a nivel global con la irrupción de la mujer en todas las actividades humanas, lo que antes hubiese sido impensable. Las nuevas generaciones, armadas de una tecnología y visión global, tienen ya la responsabilidad de enmendar los gruesos errores cometidos por las generaciones precedentes, con el deber de actuar con decisión para evitar catástrofes mayores, reformulando nuestra forma de vida.
Los recursos naturales se agotan, pero nuestros gobiernos siguen especulando con la explotación de los mismos en lugar de buscar soluciones en la digitalización de la ruralidad, por ejemplo, para garantizar la alimentación. El sector de campesinos, mucho de ellos indígenas, producen el 60% de los alimentos que comen los habitantes de las ciudades en América Latina y El Caribe. La riqueza se concentra cada vez en menos manos, y los seres humanos nos aislamos para sobrevivir.
Hay que repensar todo porque ya nada será igual. Quizá todo el conocimiento adquirido sirva para saber que no va a servir para las próximas décadas cuando, por ejemplo, haya que hacer frente al mantenimiento de la red eléctrica, una infraestructura de una gran complejidad física y operacional, la primera en fallar debido a la escasez de combustibles fósiles. Los actuales niveles de la electrónica de consumo son completamente insostenibles y en el curso del descenso energético se va a producir una simplificación enorme de la informática. Se deberá establecer una verdadera informática de guerra ante el descenso energético
Todo se manejará sobre plataformas, no habrá más relaciones cara a cara, y eso traerá nuevas percepciones, nuevas sensibilidades, incluso nuevos valores y sentimientos. Pero, sobre todo, nuevas formas de un capitalismo esclavizante, quizá como lo fuera el pasaje del feudalismo al capitalismo. Las plataformas serán los amos, y los «esclavos libres», trabajadores que pondrán sus tiempos en las plataformas que recibirán a cambio puntos (o cualquier mediación) para canjear por lo que requiere sólo para vivir, ya que no será necesario la reproducción de la fuerza de trabajo. Pero vale la pena recordar que sólo el trabajo es lo que genera valor.
Para bien o para mal, se deberá reconstruir el mundo, pero para eso ya no sirven las viejas fórmulas ni los dogmas. Nos enfrentaremos a lo desconocido, después que miles y miles de personas han muerto por la pandemia o por la falta de acceso a los servicios sanitarios. Por ahora, la polarización política se da entre una izquierda surgente y/o insurgente y fuerzas ultraderechistas, que siguen ganando adeptos en el mundo. La derecha, el capitalismo, utilizará el desempleo y el empobrecimiento masivo para imponer mayor disciplina y austeridad, para morigerar los efectos del hundimiento de la economía global, en su camino para consolidar un estado policial de vigilancia global.
Mientras, el Fondo Monetario Internacional garantiza que nuestros pueblos no salgan de la miseria. Acaba de realizar préstamos a once países de la región por 343 mil millones de dólares, pero obviamente condicionándolos a los ajustes estructurales, colaborando con el diseño del nuevo capitalismo pospadémico. Y los gobiernos de nuestros países siguen anteponiendo el pago de las deudas odiosas a las necesidades de los pueblos. En la actualidad, alrededor de 190 millones de latinoamericanos viven en situación de pobreza y 65 millones en situación de pobreza extrema; hay más de cinco millones de niños con desnutrición crónica, y la mayor parte viven en zonas rurales.
*Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)/Aram Aharonian
La verdad es la primera víctima de la guerra, decía Sófocles 500 años antes de nuestra era. Lord Ponsonby, en 1928, señalaba que Cuando que se declara la guerra, la verdad es la primera víctima. Uno de los objetivos del periodismo de guerra es la llamada fatiga de la simpatía, que nace fácilmente con una abundancia de malas noticias, donde a todos se nos hace difícil buscar la verdad verdadera, distante de esa realidad virtual de los medios de comunicación e información hegemónicos y el bombardeo a través de las redes sociales.
Pero las noticias falsas, tan de moda en el mundo de los Trump y Bolsonaro (y no sólo ellos, claro) no son algo nuevo: preceden a Facebook, Twitter, Whatsapp y los miles de sitios que cada día intentan captar la atención en un mundo de concentración informativa y crisis (¿final?) del periodismo.
La transformación de los medios de comunicación en factores de poder es acompañada de la aparición d una metodología para elaborar una realidad ficcional como herramienta de manipulación y construcción de un discurso hegemónico cuyo objetivo es el control social. La información pierde su sentido ético y se transforma en mercadería. Los medios son armas de combate en la nueva guerra ideológica.
El discurso hegemónico se contrapone con un sistema democrático de gobierno, que requiere de pluralidad de información que permita a la opinión pública decidir libremente. Los grupos económicos hegemónicos hablan de consensos, que llevan a la verdad única, al mensaje único. Es el asesinato de la verdad o su sustitución por una realidad virtual, difícil de comprobar, que sirve para doblegarnos.
El mundo cambia. La tecnología avanza, y nos empujan a pelear en campos de batalla equivocados y hasta perimidos, mientras las corporaciones mediáticas hegemónicas desarrollan sus estrategias, tácticas y ofensivas en nuevos campos de batalla, en eso que algunos llaman la guerra de quinta generación.
Repito: Ya nada (o poco) será igual. Hay que repensar el mundo que viene y reconsiderar las prioridades de su agenda. En una región hoy llena de temerosos con tapabocas, queda en claro que la prioridad no debería ser el pago de la deuda externa, sino los problemas de salud pública. Nuestras sociedades van reaccionando, y a las muestras de psicosis y paranoia de los primeros días, la solidaridad parecía surgir como el aliciente para garantizar la sobrevivencia humana, en unas sociedades donde no todos somos iguales. Por ejemplo, las cifras de infectados en los pueblos originarios y en las cárceles crecen día a día. Los poderes públicos, la prensa hegemónica y la sociedad en general no se inmutan, no hay porque, las vidas en juego no interesan en la sociedad del consumo en que vivimos: son “descartables” y “desechables”.
Estamos de cara a la crisis del sistema, y las propuestas para enfrentar el virus no significan lo mismo para unos que para otros. El sencillo mensaje Lavarse las manos frecuentemente es para muchas familias más que consejo, una ilusión o burla, en una región donde el 40% de hogares carece de acceso a agua potable en sus casas. El Quédate en casa no es lo mismo para aquellas familias que viven en villas miseria, favelas, hacinándose en pocos metros, donde duermen, viven, cocinan, se higienizan… si consiguen agua. El confinamiento no es lo mismo para ellos, que encuentra en la calle la única posibilidad de sobrevida.
Este fenómeno, el de las noticias falsas inspiradas en las usinas del gran capital que maneja los medios hegemónicos y las redes sociales, no es un hecho aislado, tampoco nuevo. Hoy es el coronavirus, mañana será otro el tema a manipular. En la guerra económica, la batalla ideológica-cultural es estratégica. ¿Por qué las autoridades y los medios de información hacen lo posible para propagar el pánico?
Tenemos Estados ausentes en los problemas cruciales de la ciudadanía. La policía -y a veces el ejército- se transformó en la principal presencia del Estado en los sectores populares. La tendencia a que las crecientes medidas de excepción se vayan transformando en doctrina oficial es algo que practican en nuestra región, sobre todo en aquellos países con gobiernos neoliberales. Ello, en lugar de generar confianza, produce miedo y nos encierra sobre nosotros mismos.
La gestión que se viene haciendo desde nuestros gobiernos sobre la actual conmoción por el coronavirus, parece un ensayo general para la gestión de más crisis de nivel planetario/vírico/imparable que habrá de venir. Se ensaya cómo parar el mundo en pocas semanas, comprobar cuánto se puede hacer antes de su colapso, e instalar nuevas y profundas herramientas de poder y su ejercicio.
Quizá el Estado vuelva a tomar el control, pero de una forma muy diferente. Eso será muy difícil porque durante más de 40 años fue incapacitado para afrontar una pandemia, con los recortes a las políticas sociales, la privatización de la salud, de la educación y los sistemas de pensiones, la falta de infraestructura y de inversión pública. Boaventura de Sousa Santos habla de un eventual período de contingencias intermitentes por el repunte del virus y por las mutaciones que éste pueda tener. Es una realidad en la que debemos aprender a vivir. La realidad nos muestra las venas abiertas de la sociedad capitalista y patriarcal en la que vivimos hoy.
Y de pronto nos da en pensar en que hay que parar el mundo, ante la catástrofe que, según los “expertos”, vendrá. La situación pandémica va instalando el imaginario colectivo de una catástrofe que vendrá, con los desheredados de la tierra buscando comida cual ejército de zombis y, como consecuencia, la respuesta del golpe “ordenador”.
Ésta es una guerra ideológica. Si no se logra reaccionar colectivamente e insertar una nueva idea de normalidad sobre la responsabilidad compartida de cuidarnos entre la ciudadanía y el Estado, quizá debamos vivir muchos encierros como éste. Todo ello tiene que ver con el disciplinamiento social que tiene a los grandes medios de comunicación e información –y las redes sociales- como su principal instrumento de instalación y de control.
En contra de la plaga el proyecto disciplinario pone en juego el biopoder médico y político que eventualmente reemplaza al poder soberano. Este modelo de separación social y exclusión es un despliegue biopolítico que muestra la tendencia creciente a utilizar el estado de excepción como modelo a seguir. Las razones de salud y seguridad pública excusan una verdadera militarización de municipios, regiones y países.
*Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)/Aram Aharonian
Toda la prensa hegemónica especula con la vacuna para el covid-19, la píldora (o poción) milagrosa que ipso facto terminará con la pandemia. Pocos se han puesto a pensar en la pospandemia, en cómo será América Latina y el Caribe, cuando el pronóstico optimista es de un desempleo de 50 millones de personas para el fin de año y la pobreza que alcanzará a 230 millones, el 37 por ciento de la población regional.
La situación económica será similar a la de hace una década: La Comisión Económica para América latina y el Caribe (Cepal), habla de una década perdida. Pero, para ser sinceros, hay otras pandemias que venimos arrastrando desde 1492 y para la cual pareciera que no hay cura. Hoy 96 millones de latinoamericanos y caribeños carecen de ingresos.
Estamos hipersensibilizados sobre las consecuencias humanas del Covid-19 y la prensa hegemónica –radio, diarios, revistas, televisión, redes sociales- sigue a diario la carrera de las empresas farmacéuticas trasnacionales por quién patenta primero la vacuna contra el coronavirus. La pobreza o la desnutrición no se combaten, porque eso no es negocio.
Por eso, pongámonos a pensar en la pospandemia, cuando el desempleo y la necesidad de alimentar a millones de conciudadanos, sin acceso al trabajo (y por ende a la comida), cuando deban elegir entre un pedazo de pan y la cuota de internet…
El analista chileno Marcos Roitman se pregunta si hay vacuna para la pobreza o para la evasión de capitales. ¿Se puede luchar contra el hambre? ¿Son viables una vivienda digna y una educación pública de calidad? En nuestra región los pobres mueren a diario por enfermedades que tienen mucha menos prensa, como el sarampión, el dengue, la difteria, el chagas, pero tienen la misma mortalidad.
El hambre, la falta de condiciones higiénicas, la explotación infantil, el desempleo, la trata de mujeres no son considerados pandemia y morir por esas causas es algo natural. Así, la necropolítica hace su aparición como forma de organización social del capitalismo.
¿Es viable tener una salud pública para todos? Obviamente eso atentaría contra la salud privada, los médicos-taxímetro, las clínicas privadas y las empresas farmacéuticas, entre otras. Las cifras nos muestran que el 22 por ciento de la población mundial no recibe ninguna atención médica, mientras 115 millones de menores de cinco años padecen desnutrición crónica y 700 niños mueren cada día por diarrea.
Las fotos y los videos nos muestran nuestras nuevas realidades que, en nombre del dios Mercado, como la privatización de la salud poniéndola en manos de los buitres de las empresas de capital de riesgo, atentan contra la dignidad humana. Cadáveres abandonados en las calles se repiten en las calles de Lima., de Santiago, de Bogotá, de Quito, Barcelona, Río de Janeiro o San Pablo. Muertos por covid-19 o por cualquiera de las otras pandemias, sobre todo la del hambre.
La muerte para estos gobiernos neoliberales es su arma de guerra, y seguirán muiendo ciudadanos, hombres, mujeres y niños, incluso si surgiera la vacuna del covid-19. Porque para el capitalismo, los tratamientos de las enfermedades y pandemias son propiedad de alguna empresa, nacional o trasnacional.
Achille Mbembe, teórico camerunés que acuñó el concepto de necropolítica, señala que la política de la muerte, instrumenta los diversos medios por los cuales las armas se despliegan con el fin de una destrucción máxima de las personas y de la creación de mundos de muerte, formas únicas y nuevas de existencia social en las que numerosas poblaciones son sometidas a condiciones que le confieren el estatus de muertos vivientes.
La necropolítica, dice Mbembe, está en conexión con el concepto de necroeconomía: Una de las funciones del capitalismo actual es producir a gran escala una población superflua, que el capitalismo ya no tiene necesidad de explotar, pero hay que gestionar de algún modo. Una manera de disponer de estos excedentes de población es exponerlos a todo tipo de peligros y riesgos, a menudo mortales. Otra técnica consistiría en aislarlos y encerrarlos en zonas de control. Es la práctica de la “zonificación”.
Mbembe señala que el capitalismo tiene como función genética la producción de razas, que son clases al mismo tiempo. La raza no es solamente un suplemento del capitalismo, sino algo inscrito en su desarrollo genético. En el periodo primitivo del capitalismo, que va desde el siglo XV hasta la Revolución Industrial, la esclavización de negros constituyó el mayor ejemplo de la trabazón entre la clase y la raza.
En las condiciones contemporáneas, la forma en que los negros fueron tratados en ese primer periodo se ha extendido más allá de los negros mismos. El “devenir negro del mundo” es ese momento en que la distinción entre el ser humano, la cosa y la mercancía tiende a desaparecer y borrarse, sin que nadie –negros, blancos, mujeres, hombres- pueda escapar a ello”, señala.
Asevera que es justamente a partir de la necropolítica y la necroeconomía que podemos comprender la “crisis de los refugiados”, resultado directo de dos formas de catástrofes: las guerras y las devastaciones ecológicas, que se afirman recíprocamente. Las guerras son factores de crisis ecológicas y una de sus consecuencias es fomentar guerras.
La crisis de los refugiados tiene también que ver con la “repoblación del mundo”, en la medida en que las sociedades del norte envejecen, aumenta su necesidad de repoblarse, y la migración ilegal es una parte esencial de ese proceso, que seguramente se acentuará en los próximos años. La reacción de Europa está siendo esquizofrénica: levanta muros en torno al continente, pero necesita la inmigración para no envejecer, afirma Mbembe.
El gobierno privado indirecto a nivel mundial es un movimiento histórico de las élites que aspiran, en última instancia, a abolir lo político. Destruir todo espacio y todo recurso -simbólico y material- donde sea posible pensar e imaginar qué hacer con el vínculo que nos une a los otros y a las generaciones que vienen después.
Para ello, se procede a través de lógicas de aislamiento -separación entre países, clases, individuos entre sí- y de concentraciones de capital allí donde se puede escapar a todo control democrático –expatriación de riquezas y capitales a paraísos fiscales desregulados, entre otros. Este movimiento no puede prescindir del poder militar para asegurar su éxito: la protección de la propiedad privada y la militarización son correlativos hoy en día, hay que entenderlos como dos ámbitos de un mismo fenómeno.
Podemos hablar también de la crisis humanitaria como negocio. La biopolítica necesaria al capitalismo (preservar vida y salud para garantizar la normalidad de la acumulación) se ha tenido que combinar con la necropolítica (hacer morir a aquellos que ya resultan desechables). Conmocionan las declaraciones del Vicegobernador de Texas, Dan Patrick, quien afirmó que los mayores de 70 años deberían dejarse morir para salvar la economía estadounidense o del Fondo Monetario Internacional: “vivir más es bueno, pero conlleva un riesgo financiero importante», el riesgo de longevidad y el coste del envejecimiento.
La pandemia dejará millones de ciudadanos muertos, pero también a pocos empresarios con bolsillos llenos, como los propietarios de los sistemas de comunicación o algunas farmacéuticas, con el sueño de vender dos mil millones de dosis para equilibrar la inmunidad del rebaño.
Pero esto, aunque inmoral, tampoco es nuevo: el costo del tratamiento contra la hepatitis C es de 1,5 euros pero la dosis se vende a mil euros. Médicos Sin Fronteras señaló que en un país pobre, una vacuna o medicamento cuesta 68 veces más que en uno desarrollado.
Lo cierto es que decenas de millones de los 630 millones de latinoamericanos y caribeños vienen soportando el distanciamiento social y el confinamiento bajo el hambre: pocos gobiernos han creado planes para ayudar a la subsistencia de sus ciudadanos, que en varios países recurren a las ollas populares o comunes y la solidaridad de clase para hacer frente a la pandemia.
¿Es el auge del “capitalismo del desastre”, lo que nos viene después de la pandemia? La crisis humanitaria no es sólo la pandemia del covid-19. Está en la mayoría de nuestros países donde el hambre, la pobreza, la desigualdad, la miseria, la desocupación, el desempleo conviven con la evasión de impuestos, la fuga de capitales, la explotación de las riquezas naturales por empresas trasnacionales y contra la naturaleza y la soberanía de los pueblos.
A esas pandemias no se les busca vacunas: el capitalismo, en su carrera necropolítica, no las combate. Las incentiva.
Obviamnte, no todos perdieron. Algunas compañías y algunos de los más ricos del mundo han ganado en grande con esta pandemia, al acelerarse la tendencia a la digitalización, la robotización y el uso de inteligencia artificial de muchas actividades industriales y financieras, así como de nuevos sistemas de vigilancia y control ciudadano.Las principales ganadoras de la pandemia son las grandes plataformas digitales Amazon, Microsoft, Apple, Google (Alphabet), Facebook, Baidu, Alibaba, Tencent.
Las primeras cinco, conocidas como Gafam, tienen matriz en Estados Unidos. Las otras tres, con el ahora sugestivo acrónimo de BAT, en China. Otras plataformas digitales, como las de entretenimiento, Zoom y algunas de entregas a domicilio también han crecido.
De marzo a agosto de 2020, la empresa argentina dedicada a compra, ventas y pagos por internet, Mercado Libre Inc., , ha crecido su valor accionario exponencialmente en la Bolsa de Valores de Nueva York, ocupando el primer lugar de las empresas de Argentina.
Las implicaciones de control, vigilancia y potencial represión gubernamental de estos sistemas preocupan a todos, pero sobre todo las consecuencias políticas y económicas que tienen al otorgarle acceso masivo de los datos de los ciudadanos y la inducción que las que compran los datos ejercen para vender desde productos a preferencias electorales (recordar Facebook y Cambridge Analytica). No es sólo un tema de privacidad de datos personales, se trata de los nuevos gerentes del mundo y cómo enfrentarlos colectivamente.
*Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)/Aram Aharonian
Los análisis sobre la teoría crítica latinoamericana comparten un núcleo de interrogantes que van definiendo la naturaleza de la teoría. ¿Qué tipo de transformaciones necesita el proyecto de la “teoría crítica” para posicionar temas como el género, la raza y la naturaleza en un escenario conceptual y político? ¿Cómo puede ser asimilada la “teoría crítica” en el proyecto latinoamericano de modernidad/colonialidad, liberado del discurso academicista y eurocéntrico.
Según Enrique Dussel, Europa se autoproclama desde 1492 “centro” de la Historia Mundial, constituye de ese modo, por primera vez en la historia, a todas las otras culturas como su “periferia”, y torna a la modernidad una justificación de una praxis irracional de violencia sobre la periferia, ya que su autoproclamación como “centro” está basada en varias premisas que componen, precisamente, el “mito de la modernidad”:
Entre ellas, Dussel señala que la civilización moderna se autocomprende como más desarrollada, superior (lo que significará sostener sin conciencia una posición ideológicamente eurocéntrica), que la superioridad obliga a desarrollar a los más primitivos, rudos, bárbaros, como exigencia moral. El proceso propuesto por Europa es unilineal, lo que determina una falacia desarrollista, indica.
Todo lo que queda fuera del modelo de civilización de Europa es considerado bárbaro, por ello, en último caso se habla de una guerra justa colonial donde se legitima la violencia si fuera necesaria, para destruir los obstáculos de la tal modernización y, al estar basada en la alteridad, esta visión produce víctimas y victimarios, colonizados y colonizadores; donde el héroe civilizador inviste a sus mismas víctimas del carácter de un sacrificio salvador (el indio colonizado, el esclavo africano, la mujer, la destrucción ecológica de la tierra, etcétera).
Es a partir de la década del 1960 que las ciencias sociales se han visto repensadas por diferentes corrientes de pensamiento crítico que buscan analizar el mundo actual, la política global y las relaciones sociales desde paradigmas y epistemologías que sirvan para interpretar las concentraciones del poder. En un contexto histórico de particular impulso y creatividad ,América Latina brindó enormes aportes vitalizadores.
El debate crítico de las ciencias sociales, supera las áreas de economía, sociología, historia para alcanzar las relaciones internacionales, y hoy se hace necesaria la configuración desde Latinoamérica de otro conocimiento, de un pensamiento postcolonial, que debe incorporar no solo lo producido académicamente sino nutrido de las experiencias de resistencia, lucha y construcción de nuestros pueblos.
Aníbal Quijano señala que el pensamiento decolonial tiene como razón de ser y objetivo la decolonialidad del poder, es decir, de la matriz colonial de poder: Pues nada menos racional finalmente, que la pretensión de que la específica cosmovisión de una etnia particular sea impuesta como la racionalidad universal, aunque tal etnia se llama Europa occidental.
Para lograr una perspectiva latinoamericana se debe pensar por un momento desde el otro lado de las carabelas de Colón: ¿qué implicó la modernidad para aquellos que ya habitaban el territorio de la actual América Latina? La llegada de la modernidad a América Latina, lejos de reconocernos como un otro, implicó la imposición de una ideología eurocéntrica legitimadora de las prácticas político-sociales y económicas que se dieron posteriormente.
El portugués Boaventura de Sousa Santos admite que las ciencias sociales atraviesan un momento de crisis reflejada en la renovación y expansión con respecto a la visión eurocéntrica o de cualquier centro de poder hegemónico, crisis que se ha hecho posible gracias a las luchas sociales de los últimos treinta o cuarenta años en varios continentes (campesinos, feministas, indígenas, afrodescendientes, trabajadores urbanos, pequeños productores, ecologistas, de derechos humanos, contra el racismo y la homofobia, etc.), en muchos casos con demandas fundadas en universos culturales no occidentales.
Por ello se hace necesario el desprendimiento de la retórica vacua de una modernidad copiada y de su imaginario imperial articulado en la retórica de la democracia a la europea o estadounidense, hoy por cierto muy deteriorada y vulnerada por la creciente peligrosa regresividad y marginación que se observa en sus sociedades.
El nuevo pensamiento crítico debe surgir desde la diversidad (étnica, cultural) y de las historias locales que por más de cinco siglos se enfrentaron con la visión eurocéntrica como la única manera de leer la realidad.
Es comenzar a vernos con nuestros propios ojos, para superar los estrechos márgenes impuestos por la visión totalizadora de la modernidad excluyente, para indagar en otros saberes, otras prácticas, otros sujetos, otros alternativos a este orden. Latinoamérica ha demostrado que tiene la capacidad ética, política, intelectual, de responder al reto de contribuir con sus saberes y sus prácticas a una sociedad equitativa, incluyente y democrática, y a un modelo de vida sostenible para la mayoría de los presentes y futuros habitantes del planeta.
El pensamiento crítico latinoamericano es, a pesar de sus críticas al eurocentrismo, muy eurocéntrico y monocultural. La riqueza del pensamiento popular, campesino e indígena ha sido reiteradamente desperdiciada. No se trata solamente de un nuevo pensamiento crítico, se trata de una manera diferente de producir pensamiento crítico.
El pensamiento crítico no ha sabido hasta hoy teorizar las posibilidades de superar las contradicciones, las separaciones, las tensiones entre las subjetividades de ciudadanos organizados, mujeres, indígenas, migrantes, campesinos, afrodescendientes, y promover alianzas estratégicas y sustentables entre estos movimientos, esto es, alianzas que no escondan la exclusión de algunas subjetividades bajo la apariencia de su inclusión.
En nuestra región, muchos de los movimientos que luchan contra la injusticia social no se consideran ni en el capitalismo ni en las versiones conocidas del socialismo. Se debe pensar también en estas concepciones contrahegemónicas de democracia y de derechos humanos más allá del modelo liberal y occidental.
Se debe pensar la democracia como la transformación de todas las relaciones de poder (explotación, patriarcado, diferenciación étnico-racial, fetichismo de las mercancías, comunitarismo excluyente, dominación cultural y política, intercambio desigual entre países) en relaciones de autoridad compartida, teniendo en cuenta el cuadro de situación: navegamos en las aguas de la crisis del capitalismo como sistema histórico, primordialmente especulativo, rentista y expropiador, que sólo puede reproducirse agudizando contradicciones incurables.
Los éxitos que ya ha tenido el neoliberlismo es una medida de los problemas en el pensamiento de la izquierda, tanto para pensarse a sí misma como para pensar a los dominantes. Una izquierda o un progresismo que además de vaciamiento teórico muestra un insuficiente conocimiento histórico, lo que la lleva a enredarse en los discursos doctrinarios que dan forma y encubren los objetivos capitalistas; y que tiene déficit investigativos que le dificultan distinguir entre discurso y proyecto dominantes, señala la mexicana Stolowicz.
*Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)/Aram Aharonian
Estos tiempos de pandemia nos invitan a superar el humanismo construido sobre la deshumanización de la mayoría y la explotación de la naturaleza. Estaremos nuevamente ante una nueva guerra cultural, que agarra a los sectores de izquierda en su –quizá- peor crisis del siglo, y sin capacidad para tomar las armas del enemigo para poder luchar estas batallas, que no se pueden ganar con arcos y flechas, sino con otras armas, como la capacitación, la tecnología y el manejo de la misma.
Es hora de superar los viejos dogmas. En un seminario, no se si con sorna o inegnuidad, un universitario me preguntó: Profe, ¿qué opinaba Marx obre al inteligencia artificial?
Las diferentes formas de conocimiento eurocéntrico se construyeron durante cinco siglos ‒y lo peor es que aún hoy lo hacen‒ bajo un concepción de modernidad excluyente. Desde la llegada a América, Europa se erige como modelo único de toda la civilización, entonces se torna necesario poder vislumbrar qué se derivó de un eurocentrismo dominador e impositivo y, a partir de allí, cómo no fue posible controlar la economía, la autoridad, el género y la sexualidad, y en definitiva, la subjetividad.
Llamativamente, numerosos teóricos, académicos, “expertos”, desembarcaron en la América latina del nuevo milenio para ayudar a los gobiernos progresistas de la región a encauzar sus procesos liberadores y socialmente justicieros, de acuerdo con su idiosincrasia, conocimientos, memoria e ideología europeas (a veces presentados como marxistas o gramscianos), tomando posiciones terminantes en relación a ricas pero complejas experiencias en América Latina inexistentes en el viejo continente, desplegando la “teoría de los posible”, contra las posibilidades de revoluciones., o siquiera de cambios o medidas imprescindibles para priorizar la defensa de los intereses sociales o nacionales.
Algunos de los expertos “desembarcados” en los últimos tres lustros en la región han aportado sus conocimientos a los procesos progresistas, muchos otros quisieron imponer su “debe ser”, basados por supuesto en la priorización de otros intereses. Éstos, aún pudiendo ser genuinamente solidarios o de perfil progresista, actuaron por preconceptos ideológicos y la superficialidad, descontextualización de opiniones, posiciones y propuestas superficiales, descontextualizados que se reflejaron en sus opiniones, posiciones y propuestas.
A veces con buena intención, otras representando a sus patrocinadores, entre ellos bancos, trasnacionales financieras, calificadoras de riesgo, partidos políticos del establishment y, sobre todo, paralizando progresos impensables en la realidad de países centrales.
En la Europa de los últimos 40 años jamás se produjo un movimiento político transformador ni siquiera parcial o reformista, como ellos caracterizan a los movimientos nacionales y populares, señala el psicólogo argentino Jorge Alemán. Si algo tienen en común los europeos Zizek, Berardi e incluso Badiou, es que miran con recelo e incomprensión al populismo, a pesar de sus distintas procedencias filosóficas. Pero mujeres como Nancy Fraser, Chantal Mouffe, Judith Butler y Wendy Brown han sabido problematizar la cuestión desde un lugar distinto al de los autores masculinos, lo que vuelve muy auspicioso a un populismo feminista.
Sin embargo los autores posmarxistas europeos siguen mirando con sospecha teórica a las experiencias nacionales y populares de Latinoamérica aunque ya no se trata como en los 70 de la caracterización grosera de fascismo o de bonapartismo. Para ellos, la relación de las fuerzas plebeyas con la construcción de un Estado soberano es considerada una limitación estructural, añade Alemán.
La pandemia ha intensificado las diferencias. Mientras los europeos hablan paternalistamente de colapsos, guerras civiles, explosiones sociales, en el presente latinoamericano reivindicamos el movimiento nacional y popular, repudiando la estigmatización de los extranjeros .
En nuestra América, el pensamiento crítico quedó atrapado en la disyuntiva de dar su apoyo a los gobiernos progresistas por sus logros en materia social o señalar las contradicciones y límites de su proyecto, contradicciones manifiestas en la peculiar forma que adopta la dominación,
En el congreso del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) en Bogotá. la socióloga uruguayo-mexicana Beatriz Stolocwicz señaló que el desconcierto que se observa actualmente entre los científicos sociales de la región es, en buena medida, resultado de que durante varios años los análisis serios fueron desplazados u opacados por la propaganda.
Añadió que el “mainstream de izquierda” en las ciencias sociales opera como una zona de confort, con algunas ideas de las que se echa mano para todo, usadas casi como consigna, lo que es cómodo para mantenerse en el candelero de la opiniología, pero no explica adecuadamente la realidad, y tampoco las importantes transformaciones ocurridas en este nuevo siglo en la reproducción del capitalismo en América Latina.
Hay que tener una mirada más larga que capte las lógicas de la estrategia dominante y sus adecuaciones tácticas en las últimas cuatro décadas. Y pensar todos –o pensar entre todos- significa no repetir los cánones de una academia anquilosada- elitista- decadente, que tiende a reproducirse y permanecer, como todo statu quo. El diálogo, la democratización del debate significa sobrepasar los límites de la academia o de los ilustrados, para anclarse en la realidad y en las vivencias, en las opiniones diversas de quienes hablan de otras cosas y de modos diferentes a los de la academia.
El subcomandante insurgente Moisés, del Frente Zapatista de Liberación Nacional, señaló tras 24 años de su lucha: (…).vamos a ver si se puede vivir con dignidad sin malos gobiernos, sin dirigentes y sin líderes y sin vanguardias que mucho Lenin y mucho Marx y mucho trago, pero nada de estar con nosotros. Mucho hablar de lo que debemos o no hacer, y nada de práctica. Que la vanguardia, que el proletariado, que el partido, que la revolución, que échate una cervecita, un vinito, un asado con la familia”.
“Creo que la vanguardia revolucionaria está ocupada en probarse trajes y palabras para el triunfo, así que tenemos que darle según nuestro modo, como indígenas zapatistas (…) Falta saber qué vas a hacer”.
Para crear o remodelar el nuevo instrumento político hay que cambiar primero la cultura política de la izquierda y su visión de la política, que no puede reducirse sólo a discursos, consignas, a las disputas políticas institucionales por el control del parlamento, por ganar un proyecto de ley o unas elecciones, peleas donde los sectores populares y sus luchas son los grandes ignorados.
La política no puede limitarse al arte de lo posible, debe convertirse en el arte de hacer lo “imposible” –que es factible e imprescindible–, construir fuerza social y política capaz de cambiar la correlación de fuerzas a favor del movimiento popular. Y para eso se necesita una hoja de ruta basada en n pensamiento crítico renovado, acorde con nuestras realidades.
Para ello es necesario que las organizaciones políticas expresen un gran respeto por el movimiento popular, que contribuyan a su desarrollo autónomo, dejando atrás todo intento de manipulación e imposición. Los movimientos populares rechazan, con razón, las conductas hegemonistas que intentan imponer intelectuales y académicos con una soberbia que oculta en general mediocridad , inseguridad o descalificación impositiva, con variados intereses, jugando muchas veces el papel de guionistas de gobiernos progresistas.
La estrategia capitalista tiene como uno de sus ejes la seguridad para el capital sobre la propiedad: sí garantiza las condiciones de su reproducción basadas en formas de acumulación originaria (expropiación, saqueo, control territorial directo sobre las materias primas y los recursos energéticos, el agua, la biodiversidad, además de imponerle a las regiones más débiles sus desechos tóxicos).
Otro de los ejes del capitalismo es la seguridad frente a la pérdida irremediable de la cohesión social, lo que implica domesticar a los oprimidos, proclives cada vez más a la protesta y la rebeldía.
Lo opuesto del pensamiento crítico es el conformismo, cínico o resignado. La conciencia social latinoamericana respalda una voluntad del cambio social, con una crítica al orden capitalista que abre posibilidades para una superación de las relaciones de explotación y subalternidad. Los que están en deuda son la academia y la llamado intelectualidad, anclados en el pasado, sordos a la realidad de nuestros pueblos, muchas veces funcionales a gobiernos pero no a proceso emancipadores y populares .
A los jóvenes les tocas matar los dinosaurios con sus viejas recetas para mundos que no existen y crear el nuevo pensamiento crítico latinoamericano. Lo primero que debemos democratizar y ciudadanizar es nuestra propia cabeza, reformatear completamente nuestro disco duro, nuestro chip. El primer territorio a ser liberado son los 1.400 centímetros cúbicos de nuestro cerebro. Aprender a desaprender, para desde allí comenzar la construcción.
El mundo será diferente, desde el final de la pandemia. ¿Comenzará otra colonización cultural? Los estados, tras el parate, carecerán de recursos y deberán decidir entre pagar deudas o alimentar a sus ciudadanos. Nadie puede certificar que los mercados, antes cautivos y ahora quizás no, seguirán siendo para las exportaciones de commodities.
¿Producir para exportar o para alimentar a los ciudadanos?
Es hora de nuevos enfoques, nuevas ideas, nuevas soluciones, nuevo pensamiento… y ellas no pueden atarse a viejos dogmas. Dijera Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar: O inventamos o erramos.
*Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)/Aram Aharonian